JEFF BUCKLEY: FANTASMA SOLO, DESCONOCIDO Y MISTERIOSO CHICO BLANCO
lunes, setiembre 18, 2006
La muerte sorprendió a Jeff Buckley –¿no sería mejor pensar que fue al revés?– de la manera en que ésta sorprende a los advenedizos. Fue en una tarde calurosa en Memphis, Tennessee, hace ya casi diez años, cuando el artista se internó en el río Wolf para jamás volver. Dicen algunos, dice sobre todo la leyenda, que entró al agua caminando, con sus pesadas botas puestas. El amigo que lo acompañaba, paradójicamente, no llegó a ver su partida: bastó un instante de desconcentración para tener que lamentarse por el resto de sus días. El cuerpo fue encontrado una semana después por un turista cerca de la zona donde todo sucedió. Y, si bien aún no logran desentrañarse por completo las causas de aquel infausto episodio, lo cierto es que, de alguna forma extraña pero bella, con Jeff Buckley se fueron también los años noventa.
Venerado en vida y, más aún, tras su muerte, por círculos vanguardistas estadounidenses y europeos, el artista californiano es quizá (lo creo cada vez más al toparme con una nueva canción suya) la voz que mejor representa la diversidad –musicalmente hablando– de esta década de cambios mutilados. La influencia de sus trabajos –que no distinguen la estridencia del ‘grunge’ con el ‘folk’ o con las baladas rockeras de voz entrecortada y rasposa– en músicos de la escena actual es, sin duda, el mejor pago que puede esperarse para una genialidad apagada tan pronto y por tan poco. Las letras rasgadas de experiencias oscuras, fuertes, aunque también nostálgicas y amorosas; los acrisolados tributos a músicos anteriores a su generación y que hoy no se duda en reconocer como padres de las nuestras; las guitarras de acento apátrida; las percusiones sordas, delimitan el intenso y trágico campo expresivo de la obra de Buckley.
Con “Grace”, su único elepé, lanzado en 1994, el artista estampa para siempre –de una vez por todas– su imagen en la Historia de la música. El disco es un estallido emocional, fluido y, sobre todo, consecuente con las posibilidades que los géneros que utiliza le ofrecen; sus letras retratan a un escritor a la vez maniático y romántico que recuerda, espera pacientemente y al final dispara contra los dioses y demonios que le rodean. Es también un disco intimista, enérgico, tan desordenado como ordenado.
En el primer track, “Mojo pin”, se oye:
“I'm lying in my bed, blanket is warm, this body will never keep me safe from harm. I still feel your hair, black ribbons of coal. Touch my skin to keep me whole. If only you'd come back to me. To feel you at my side, wouldn't need no Mojo Pin to keep me satisfied”.
Se trata, pues, de una declaración conmovedora de soledad y amor, propia de los autores que no escatiman ningún esfuerzo en mostrarse tal y como son, desnudos tanto a la distancia como de muy cerca. El conjunto de canciones que le siguen mantienen el espíritu indomable, escudándose algunas veces en rápidos rasgueos–violentos, catárticos, pero nunca tan veloces como para ser inútiles–, y sobre todo en tonadas melancólicas y voces que susurran desde la herida profunda. Sobre todo, “Grace” se asemeja a un castillo que ha esperado años por aparecer.
Contando con héroes de la talla de Jimi Hendrix, Robert Johnson, Miles Davis, Joni Mitchell, Edith Piaf, Carole King y Bob Dylan, era de esperarse que Jeff Buckley acabara siendo el instante de los noventa que muchos de nosotros (lamentablemente) pasamos por alto. Alguien como él necesitaba, al parecer, de este largo e inmerecido tiempo de espera.
Escrito por Alberto Villar Campos @ 10:33 a. m.,